Las personas dependemos del medio natural que nos rodea para desarrollarnos y subsistir como especie. A pesar de ello, desde hace varias décadas, nuestro planeta está sufriendo un proceso de degradación ambiental acelerado, que puso formalmente de manifiesto la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio impulsada por Naciones Unidas en 2000.
En los últimos 50 años, los seres humanos han cambiado los ecosistemas más rápidamente y de manera más extensa que en cualquier período de tiempo comparable en la historia humana. En gran medida para satisfacer las crecientes demandas de alimentos, agua dulce, madera, fibra y combustible. Como efectos no deseados se ha producido una pérdida sustancial y en gran medida irreversible, de la diversidad de la vida en la Tierra, y el consumo descomunal de enormes cantidades de bienes no renovables.
Los cambios que se han realizado en los ecosistemas han contribuido a conseguir mejoras sustanciales en el bienestar humano y en el desarrollo económico de parte de la población, pero estos logros se han conseguido a costos globales gigantes en forma de degradación de muchos servicios de los ecosistemas, y ha supuesto al mismo tiempo el incremento de la pobreza, la desigualdad y la vulnerabilidad para otros muchos grupos de personas.
La degradación de los servicios del ecosistema global no afecta igualmente a todas las personas. De igual manera que un pequeño porcentaje de la población del mundo consume actualmente la mayoría de los recursos disponibles, una gran mayoría de la población ve afectados sus derechos esenciales y sus oportunidades futuras por unas lógicas de consumo y vida insostenibles, basadas solo en el objetivo del crecimiento económico.
Las personas dependemos del medio natural que nos rodea para desarrollarnos y subsistir como especie. A pesar de ello, desde hace varias décadas, nuestro planeta está sufriendo un proceso de degradación ambiental acelerado, que puso formalmente de manifiesto la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio impulsada por Naciones Unidas en 2000.
En los últimos 50 años, los seres humanos han cambiado los ecosistemas más rápidamente y de manera más extensa que en cualquier período de tiempo comparable en la historia humana. En gran medida para satisfacer las crecientes demandas de alimentos, agua dulce, madera, fibra y combustible. Como efectos no deseados se ha producido una pérdida sustancial y en gran medida irreversible, de la diversidad de la vida en la Tierra, y el consumo descomunal de enormes cantidades de bienes no renovables.
Los cambios que se han realizado en los ecosistemas han contribuido a conseguir mejoras sustanciales en el bienestar humano y en el desarrollo económico de parte de la población, pero estos logros se han conseguido a costos globales gigantes en forma de degradación de muchos servicios de los ecosistemas, y ha supuesto al mismo tiempo el incremento de la pobreza, la desigualdad y la vulnerabilidad para otros muchos grupos de personas.
La degradación de los servicios del ecosistema global no afecta igualmente a todas las personas. De igual manera que un pequeño porcentaje de la población del mundo consume actualmente la mayoría de los recursos disponibles, una gran mayoría de la población ve afectados sus derechos esenciales y sus oportunidades futuras por unas lógicas de consumo y vida insostenibles, basadas solo en el objetivo del crecimiento económico.
No cabe duda de que éste es un problema global, pero tiene manifestaciones locales que no afectan a todas las regiones del mundo por igual. Entre ellas las personas, familias y pueblos que habitan en el medio rural son las que más dependen de los ecosistemas para la subsistencia; y aquellas que viven en hacinamiento o en los cinturones periurbanos de pobreza son las más vulnerables a los desastres naturales. De la misma manera, la falta de accesibilidad a algunos recursos naturales, como el agua, tiene un mayor impacto en el bienestar y el pleno disfrute de los derechos de las mujeres, que en muchas partes del mundo se encargan de proveer a la familia de este recurso esencial para la vida, aunque ello suponga recorrer largas distancias o sacrificar sistemáticamente tiempo y oportunidades personales.
Los estudios más completos ponen de manifiesto que el modelo de desarrollo, consumo y vida social que en los últimos decenios se ha impulsado hegemónicamente ejerce tanta presión sobre el medio ambiente que la capacidad de los ecosistemas para sustentar a las generaciones futuras está seriamente comprometida.
La ciencia nos dice que con acciones y políticas apropiadas y de larga duración sería posible revertir la degradación ambiental, pero esas acciones y políticas no están en marcha actualmente y requieren de cambios sustanciales en el modo de entender la relación de las personas con la naturaleza, y en el fondo el cuestionamiento de los propios modelos de desarrollo consumo y vida.
Desde los espacios de debate internacional se viene haciendo un llamamiento a todos los países a avanzar hacia un modelo de desarrollo más sostenible y luchar contra la pobreza. Así, la ONU estableció la Agenda 2030 con 17 Objetivos de Desarrollo Sostenibles, dirigidos a reducir la pobreza y las desigualdades y preservar planeta. Esta Agenda pone en el centro a las personas y al planeta, la prosperidad y la paz, y reconoce el estrecho vínculo que existe entre los derechos humanos y la sostenibilidad ambiental.
El avance en esta Agenda, tal como lo pone de manifiesto el propio Objetivo 17, requiere del trabajo en red con el compromiso y la participación amplia de las instituciones públicas y privadas, organizaciones políticas y civiles de la sociedad, en una alianza multinivel que supone actuar a nivel local con enfoque global.
Por ello, recogiendo en parte el trabajo que desde 2015 un grupo diverso de ONGD e instituciones de otros ámbitos comenzamos con el objetivo de concienciar sobre la importancia de los Derechos Humanos al Agua, y en la lógica de ampliar el foco de trabajo al conjunto del medioambiente como pilar fundamental para luchar contra la pobreza, favorecer el cumplimiento de los Derechos Humanos y construir un desarrollo más sostenible y equitativo.